Eran tiempos que exigían cambios, la explotación española no se aguantaba más. Un hombre, José Gabriel Condorcanqui organizaba un movimiento que demostró que se podía luchar contra los realistas.

Un reclamo popular

La rebelión de Tupac Amaru II no fue casualidad, fue una causalidad de siglos de dominación, de explotación y esclavitud. El pueblo del Inca sufrió durante mucho tiempo la tiranía española, esperando el retorno de un rey que de verdad lo conduzca a un mejor porvenir.

El gobierno realista exigía demasiado a los nativos, quienes estaban estratificados. Por un lado estaban aquellos que se habían transformado en comerciantes después que sus familias perdieran poder al caer el imperio Inca. Estos contaban con un poder adquisitivo alto, lo que permitió a estas familias poder estudiar y mantener un emprendimiento en convivencia a los españoles.

Pero también estaban aquellos que eran trabajadores empleados en las cosechas, las tareas de la casa, el trabajo duro del campo. Si bien tenían un sueldo y eran libres, no por ello su vida era fácil.

Por último estaban quienes trabajaban en las minas de plata de Potosí. Cuando los españoles descubrieron la plata en sus montañas, reavivaron un viejo tributo del imperio Inca, estamos hablando de la mita. Esta consistía en el trabajo forzado para extraer material de las minas.

Los españoles «reclutaban» mineros en los pueblos cosecheros y aislados. Con la promesa de una gran recompensa, se llavaban hombres fuertes a trabajar. Pero los gases de la mina, el contacto sin protección con los metales y la poca ventilación en las minas, hacían de este un trabajo mortal. Cuando los trabajadores morían por asfixia, intoxicación o derrumbes, eran reemplazados rapidamente por otros inacautos. Con el tiempo los relistas empezaron a robarse a jóvenes y niños sin ningún escrúpulo.

Condorcanqui, el nuevo rey

José Gabriel Condorcanqui nació el 19 de marzo de 1738 en aldea de Santa Bárbara Surimana, provincia de Tinta, obispado de Cuzco. Su padre fue el cacique quechua Miguel Condorcanqui del Camino y su madre la mestiza Rosa Noguera Valenzuela. Su familia era comerciante por lo que el jóven José pudo estudiar en el colegio de San Francisco de Borja, en Cuzco.

Al crecer, José conoció y se casó con Micaela Bastidas, con quien tuvo tres hijos, Hipólito, Fernando y Mariano. Fue dueño de centenares de llamas y mulas dedicadas al transporte.

La rebelión de Condorcanqui coincide con la implementación de la reformas Borbónicas,un conjunto de medidas que aumentaban las cargas impositivas a los comerciantes, conocido como alcabala, se subio el tributo de los indígenas y mestizos, mientras se crearon aduanas internas en las rutas comerciales. Esto provocó un malestar en los nativos y mestizos que comerciaban.

Condorcanqui empezó a organizarse con otros comerciantes en principio. Luego se sumaron trabajadores oprimidos. Con el tiempo su voz empezó a escucharse en todo el virreinato del Alto Perú. Su ascendencia y cercanía con el último emperador inca Tupác Amarú le dieron la legitimidad que necesitaba el movimiento, siendo reconocido por los demás caciques incaicos.

El grito de Tinta

La rebelión comenzó en noviembre de 1780, cuando en el distrito de Tinta apresaron al corregidor Antonio Arriaga y lo ejecutaron. La sublevación se extendió por el sur andino y el Alto Perú.

En Cuzco las fuerzas del rey fueron derrotadas en la batalla de Sangarará (18 de noviembre de 1780), aunque la superioridad de las armas realistas acabó desmoronando las huestes indígenas en la batalla de Checacupe (6 de abril de 1781).

Desde que Condorcanqui pronuncia el «Grito de Tinta», el 4 de noviembre de 1780, hasta que es detenido el 6 de abril de 1781 transcurren apenas cinco meses. Y si extendemos la fecha hasta el momento en que es ejecutado, el 18 de mayo del año siguiente, totaliza seis meses y 14 días.

El impacto del levantamiento

En ese breve lapso la masiva rebelión que desconoce la autoridad de los funcionarios realistas se extiende, inclusive después de su muerte, desde Colombia hasta el Impenetrable chaqueño conmoviendo los virreynatos del Perú, Nueva Granada y Río de la Plata, produciendo cien mil muertos y una cantidad aun mayor de desplazados de la zona de conflicto que tiene como epicentros Cuzco y La Paz.

Si la cotejamos con nuestra guerra por la independencia -que comienza en el Cabildo de 1810 y finaliza en la batalla de Ayacucho de 1824-, las bajas de ambos bandos ni se aproximan a la cifra mencionada.

Mural representativo de la ejecución de Tupác Amarú II
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