Si bien fueron protagonistas en el peor momento de la pandemia, su descarte masivo y sin conciencia lo transformaron rápidamente en un elemento contaminante.

Recuperado de Conicet
Autor: Claudia Nicolini

La pandemia del covid-19, está ya muy claro, dejará secuelas de largo plazo. Las dejará, en primer lugar, en la salud de las personas; pero, y posiblemente más profundas y de más extenso aliento aún, en la salud del planeta.

Muchas de las medidas que hicieron falta implementar para dar respuesta al SARS-Cov-2 han generando en estos 19 meses una feroz multiplicación de plásticos de un solo uso. No sólo en los descartables habituales del delivery de comidas a los que fuerza un poco la necesidad de la distancia social; ha crecido también muchísimo (se calcula que más del 400%) el descarte de los equipos de protección personal (EPP) que deben usar quienes están en contacto directo con personas infectadas (o potencialmente infectadas) con coronavirus.

Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la ONG Azul reportaba a fines de abril que en el mundo se están usando por mes, por ejemplo, 65.000 millones de guantes. Y agregaba: “este aumento de desechos médicos está provocando un colapso de las cadenas de gestión de desechos a nivel mundial”.

Fuente: archivo Clarín

El uso masivo

De esos insumos de protección hay uno que bate todos los récords: los barbijos descartables.

Según datos que recoge la revista National Geographic, a nivel mundial se utilizan 129.000 millones de barbijos descartables al mes (para que sea más fácil de imaginar: tres millones por minuto). Y, a diferencia de los de tela, son altamente contaminantes.

“Están hechos de fibras plásticas, principalmente de polipropileno, y son tan frágiles que se desarman con mucha facilidad. Eso, sin embargo, para nada significa que se degraden; sólo se transforman en partículas más pequeñas”, explica a LA GACETA la ecóloga Carolina Monmany Garzia, investigadora en el Instituto de Ecología Regional, dependiente del Conicet y de la UNT.

Es muy serio, porque muchos de esos millones de barbijos (los que usamos quienes no somos personal de salud) terminan en los basurales.

“Los EPP que se descartan en los centros de salud se consideran potencialmente patogénicos, y hay un protocolo para eliminarlos. Pero los que usa la población son considerados simples residuos”, advierte Florencia Sayago, directora de Medio Ambiente de la Provincia. Suena terrible, pero lo bueno es que podemos ser parte de la solución.

Los riesgos

Según un estudio del programa de desechos marinos de Ocean Conservancy (grupo de defensa ambiental sin fines de lucro con sede en Washington), citado por National Geographic, cada barbijo puede liberar hasta 173.000 microfibras. “El polipropileno con que están hechos los barbijos es el mismo material que el de los paquetes de galletas, pero se desarman con mucha más facilidad, y se transforman muy rápidamente en microplásticos y nanoplásticos -explica Monmany Garzia-. Y eso es lo peor que nos puede pasar, porque ya no podemos recuperarlos del ambiente”. Y entonces pasan a las aguas y a la tierra.

“Siendo así pequeñitos se integran a la red trófica: de la tierra y por el agua las plantas los absorben por las raíces; los animales se comen esas plantas… y así. Y los animales nos comemos unos a otros; y muchos de ellos ya están llevando plásticos en su interior”, cuenta Monmany Garzia, y enciende una alarma: esos plásticos terminan en los océanos. “Se han hallado en los más profundos, 7.000 metros bajo la superficie, cinco o seis especies de crustáceos en cuyos cuerpecitos se detectan fibras plásticas; y todavía no ha llegado lo peor para ellos”, agrega.

Seamos la solución

Investigadoras del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO, Conicet-UNS) acaban de publicar en la revista Science of the Total Environment un artículo en el que destacan “la falta de conocimiento sobre el tipo de residuo doméstico (el barbijo) generado y su deficiente clasificación por las personas en el hogar”, y resalta: “en muchas costas de América del Sur, es cada vez más común encontrarlos”.

Si no se toman medidas -destaca el reporte del OMS-, más del 70% del plástico extra generado por la pandemia terminará en océanos y vertederos, “y hasta un 12% será quemado (es lo que suele hacerse con los residuos patogénicos), causando contaminación y enfermedad en las zonas más vulnerables del planeta”. Y aquí no cabe la resignación.

“Siempre hay algo que podemos hacer -asegura Alejandro Daniel Castillo, gerente del Centro de Interpretación Ambiental y Tecnológico (CIAT), de Tafí Viejo-. Los barbijos no se pueden reutilizar, pero sí se pueden transformar en relleno de los ecoladrillos”. Para ello, se los puede colocar en botellas y entregar en sitios de reciclaje.

“A los que traen la planchita de metal para ajustarlos a la nariz, conviene sacársela; ese metal sí se puede reutilizar, aunque sea pequeño”, explica Castillo, y asegura que, en última instancia, aunque no se logre llenar botellas, ya el hecho de ponerlos dentro de ellas asegura que no van a la tierra. Y además, que el viento no los hará volar y así no se los llevará a contaminar otros paisajes.

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